Tras 24 horas en El Cairo, ocho de ellas pateando calles, me duelen los pulmones y me duele respirar. Cada vez que veo el humo negro, muy negro, salir de los tubos de escape, el pecho se me encoge un poquito más.
Hoy he visto seis pisos en siete horas y creedme, es un record. En el primero, un chico americano muy simpático me ha avisado de que esta ciudad me volverá dura –“you’ll get tough”- y ha añadido que unos meses aquí equivalen a un military training en toda regla. Allá vamos.
He optado por los taxis blancos, los que llevan taxímetro. Sé que los negros son más auténticos, pero regatear no entraba en mis planes, aunque los egipcios se las saben todas y huelen al novato a la legua. Todos se las han ingeniado para sacarme unas libras de más, pero el último taxista era tan simpático que no me ha importado que me paseara alegremente por todo Zamalek alegando que no conocía bien el barrio, uno de los más bien señalizados de la ciudad. Aunque todo puede ser.
Khaled Al Khamissi sostiene en su libro, Taxi, que aprovecho para recomendar, que un gran número de taxistas cairotas no conoce ni siquiera las calles principales y esto, unido a que los árabes prefieren recurrir a la invención antes que reconocer que no saben dónde está algo, hace que a menudo el pasajero tenga que indicar el recorrido paso a paso.
Y en mi primer día, no estoy en condiciones de indicar nada. De hecho, hoy me he perdido todas las veces que he salido. No consigo entender en qué dirección tengo que coger las calles. Cuando creo que ando por la calle Muhammad Mazhar, resulta que estoy en Muhammad Maraashi o Muhammad Anis. Que la mayoría de calles se llamen “Muhammad algo” no ayuda. Que el mapa que me compré no se corresponda con la realidad, tampoco.
Así que he decidido dejarme llevar. Sobre las 5 de la tarde he renunciado a entender cómo funciona el callejero de esta ciudad y me he echado a andar hasta que he aparecido milagrosamente ante el piso de Fran.
Nota al lector masoquista que ha conseguido llegar hasta el final: soy consciente de que la euforia de los primeros días me está llevando peligrosamente a convertir este blog en una vomitona diaria. Prometo moderar mi incontinencia verbal en cuanto se me pase esto y limitar los post a uno o dos semanales, máximo.